La pobreza sigue teniendo rostro de mujer
Aunque muchas mujeres han visto reconocidos sus derechos fundamentales en este último siglo, la exclusión sigue teniendo rostro de mujer, y un nuevo grupo de ciudadanos, las personas inmigrantes, se ven privadas de derechos que creíamos conquistados para siempre.
Muchas mujeres europeas disfrutamos hoy por hoy de derechos que quitaron el sueño a muchas de las que nos antecedieron. Sin embargo, son muchas las cuestiones que nos deben seguir preocupando. Sirva de ejemplo que el 70% de las personas pobres en el Mundo siguen teniendo rostro de mujer, o que le perfil de las personas en situación de exclusión social en Andalucía es el de mujer joven con grandes cargas familiares, sin empleo y con nula o escasa formación. Cifras que se convierten en situaciones personales que deberían comprometernos de una manera muy directa y muy precisa a las mujeres que afortunadamente empezamos a disfrutar de mayores espacios de igualdad.
Por otro lado, las y los inmigrantes están poniendo no solo a nuestro país, sino a Europa entera, ante una situación inédita. En el siglo XIX se planteó todo el problema del sufragismo para que las mujeres consiguiésemos el voto. Y lo alcanzamos con muchísima dificultad. En España no lo conseguimos hasta el año 1931. En Francia, después de la segunda guerra mundial.
En Europa, parecía que ya no iba a existir más que una sola clase de ciudadanos y con estupor presenciamos que ese ensanchamiento de la democracia que habíamos hecho las mujeres vuelve a ser otra vez cuestionado. Vuelven a aparecer nuevos grupos de ciudadanos que tampoco tienen el derecho de voto y que no tienen otros muchos derechos sociales. Las personas inmigrantes, al parecer, sí son ciudadanos para contribuir pero no son ciudadanos para votar ni para beneficiarse de los derechos políticos, de los derechos civiles y de derechos sociales.
Creo que es absolutamente necesario reconocer que el muro de la pobreza y el muro del género, con una especie de avenencia preestablecida, se alían para hacer otro muro más fuerte e impenetrable que las mujeres inmigrantes y las autóctonas, las mujeres del Norte y las mujeres del Sur tenemos que derribar. Este camino solamente podemos recorrerlo juntas y de la mano de tantos hombres que comparten nuestra lucha, para no reproducir los históricos errores de una sociedad