Un artículo de Rafa Lara publicado originariamente en Viva Conil
Tenemos que empecinarnos machaconamente -todos y todas- en acabar con las leyes que aún discriminan, en construir legislaciones que fomenten la igualdad y protejan de las situaciones de violencia y vulneración de derechos… Es nuestra obligación. Pero sobre todo tenemos que escucharlas y prestar atención, dejar que hablen con su propia voz, sus querencias y exigencias. Porque, no lo olvidemos, no víctimas y cuando lo son no son sólo ni principalmente víctimas; son mujeres con capacidad de tener proyectos y decisiones propias.
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La población extranjera en el conjunto de la comarca de La Janda no es especialmente numerosa: son -con datos del padrón de enero de 2016-un total de 2.769 personas que suponen tan sólo el 3,16% del total de la población de la comarca, algo menos que el porcentaje provincial que se sitúa en el 3,44%.
La localidad con mayor población extranjera en la Janda es Conil de la Frontera, en la que viven 1.291 extranjeros. Pero el 60% de los mismos son ciudadanos de la Unión Europea y sólo el 40% no son comunitarios. Un perfil bastante distinto presenta la segunda localidad en número de personas extranjeras, Barbate, en la que la proporción se invierte: de sus 606 residentes extranjeros, el 56% es inmigrante no comunitario.
La población de origen extranjera en la Janda se reparte casi a un 50% exacto entre mujeres y hombres. Ligeramente son más mujeres -un total de 1.402- que hombres.
Este año la APDHA comienza un programa de actuación para fomentar la inclusión y el empoderamiento de las mujeres migrantes en la Janda. Se trata también de nuestras vecinas, pero que son prácticamente invisibles. Se pretende un trabajo de acercamiento al colectivo, detectar sus necesidades y poner en marcha talleres y actividades en función de esas necesidades para apoyarlas en nuestras modestas posibilidades. Habrá que demandar la colaboración de los servicios municipales de la mujer, especialmente del Centro de la Mujer de Barbate que es donde se va a comenzar el proyecto.
En ocasiones las organizaciones defensoras de los derechos humanos no hemos tenido suficientemente en cuenta la cuestión de género. Pero en la APDHA, poco a poco, a través de nuestro contacto con las mujeres más vulnerables y desprotegidas y especialmente a través de nuestro trabajo con aquellas que ejercen la prostitución, se fue modificando nuestra perspectiva.
Digamos que la cuestión de género, escondida tras la colina, se nos fue colando como por rendijas y adquirió poco a poco gran dimensión en nuestro trabajo diario. Y, sobre todo, nos ayudó a tener una concepción de los derechos humanos más abierta e integradora. Nos permitió ir cambiando nuestras propias mentalidades acerca del trabajo social. No se trata tanto de concebir el trabajo social hacia un sector específico especialmente discriminado, las mujeres, sino de entender que el enfoque de género no debe ser para la APDHA sólo una cuestión de programas específicos y diferenciados, sino una opción transversal, casi universal en nuestra actuación y en el propio concepto de derechos humanos como ideal de emancipación.
Así que, si de inmigración hablamos y no somos capaces de tener en cuenta la situación doblemente discriminada de las mujeres migrantes y, muy particularmente, el distinto imaginario con las que se les trata, difícilmente estaremos cumpliendo nuestra misión como organización defensora de los derechos humanos.
Doblemente discriminadas en la realidad social, en la legislación, en lo laboral, en la situación de subordinación, en el tipo de ocupación desregularizada en sus escalones más bajos…
Ellas se enfrentan a una legislación de extranjería que está construida pensando solo en la migración masculina. Y que por tanto los requisitos laborales o la reagrupación familiar tienen mayores dificultades y problemas para las mujeres que para los hombres migrantes.
Esa legislación represiva, limita gravemente el acceso a puestos de trabajo dignos y regularizados y las condena a las ocupaciones situadas en los escalones más bajos de la consideración social: servicio doméstico, cuidado de niños, de personas ancianas o enfermos, limpieza por horas, trabajo sexual, etc… Sea cual sea su experiencia laboral previa, son los únicos trabajos a los que pueden lograr acceder. Trabajos peor pagados y con menor protección legal que se realizan sin contrato la mayoría de las ocasiones.
Pero -decía- también existe un imaginario social diferenciado y lleno de prejuicios que las encorseta en su capacidad de llevar a cabo su propia agenda de vida.
Respecto a las personas migrantes existe todo un imaginario social, es decir una representación colectiva no basada en la realidad de las cosas, sino lleno de tópicos y estereotipos acerca de cómo son y particularmente cuales son las repercusiones de su presencia entre “nosotros”. Al fin y al cabo, de eso se trata de “ellos y nosotros”.
En esta sociedad en crisis (de valores, de proyectos, de futuro y claro también social y económica) mucha gente padece graves penurias y frustraciones. Y -alentada por sectores políticos y poderes económicos- resulta bastante fácil desviar esas frustraciones hacia los que tienen menos poder y menos recursos para hacerlos responsables de los males que nos aquejan.
Los enemigos y los responsables de esos males difunden machaconamente que son “los otros”, no los poderosos, sino los “otros”. De ahí que se levante ese imaginario de tópicos sobre esos “otros”.
A esos “otros”, a las personas migrantes se las ve falsamente como si fueran una población homogénea. Como si fuera lo mismo haber llegado desde Pakistán, Nicaragua o Senegal… Independientemente de que acaben de llegar en una patera o lleven diez años entre nosotros y ya tengan la nacionalidad. Parece que -para ese imaginario social- inmigrante se es de por vida. Pero la emigración es un proceso de cambio, una situación transitoria, que termina cuando la persona se establece y asienta en un lugar.
La exageración del uso del vocablo inmigrante tiene además otro efecto perverso: tiende a acentuar la diferencia con la población autóctona, identificando injustamente diferencia o diversidad con desigualdad en los derechos.
Lo que resulta sin embargo curioso -y lo que nos interesa ahora- es que en ese imaginario social construido sobre los “migrantes”, se visualizan de forma diferente los hombres y las mujeres.
Se produce una curiosa lectura social en la que hombres y las mujeres aparecen como “portadores extremos de los condicionantes de género”. O dicho de forma menos pedante, los roles de género son llevados al extremo, subrayando por ejemplo la agresividad masculina [los inmigrantes son activos, arrojados y peligrosos] y por contra la pasividad y debilidad femeninas [las inmigrantes son dulces, muy fértiles, con marcada sexualidad e indefensas].
Por ello y coherentemente con la interpretación que exagera las atribuciones de género, cuando se trata de las migraciones de mujeres, predomina el estereotipo que presenta a las mismas como víctimas indefensas, siempre engañadas y explotadas por delincuentes y mafias… Se considera que los hombres saben solucionar sus problemas y las mujeres necesitan sistemáticamente protección.
Eso es recurrente en los medios de comunicación en los que las noticias referidas a mujeres migrantes suelen limitarse a las redadas en las que son presentadas simplemente como víctimas, como si no tuvieran ninguna capacidad de decisión; o de agenda, que es una forma más de moda para decir lo mismo. Es una visión de las mujeres migrantes frecuente en los partes policiales e incluso también en algunos colectivos feministas.
Tenemos que empecinarnos machaconamente -todos y todas- en acabar con las leyes que aún discriminan, en construir legislaciones que fomenten la igualdad y protejan de las situaciones de violencia y vulneración de derechos… Es nuestra obligación. Pero sobre todo tenemos que escucharlas y prestar atención, dejar que hablen con su propia voz, sus querencias y exigencias. Porque, no lo olvidemos, no víctimas y cuando lo son no son sólo ni principalmente víctimas; son mujeres con capacidad de tener proyectos y decisiones propias.