Educar contra el odio

 

El próximo mes de marzo se abre el proceso de esolarización en los centros educativos andaluces. Es un momento fundamental para decidir el tipo de educación que queremos para nuestras hijas e hijos. En la APDHA consideramos que la escuela pública es la que garantiza o debe garantizar que el derecho a la educación llegue a todos los niños y niñas; una escuela pública que persiga la construcción de un mundo más justo, democrático y solidario, basado en los derechos humanos y las libertades fundamentales.

Compartimos este interesante artículo de Julio Rogero sobre la educación en valores.

 

Hemos de reivindicar y hacer posible cada vez con más fuerza que uno de los objetivos más básicos del derecho a la educación es el de ser garante de que todos, cada uno con su singularidad y su plena dignidad, sean valorados y queridos desde lo que cada uno es y quiere ser.

Julio Rogero

18/2/2019

IES La Bahía de San Fernando

 

Entre los discursos del presente, que dan forma y configuran la realidad, están adquiriendo especial fuerza los discursos del odio. En ellos se da, por un lado, la exaltación de lo idéntico, de lo que se presenta como único, de lo que es igual a nosotros, de lo homogéneo, de lo mío y de los míos. Por otro lado, se produce una demonización, criminalización, culpabilización y desprecio del diferente a nosotros, de quien piensa de otra manera, tiene otra identidad (racial, sexual, étnica o religiosa) o viene de otro lugar, y también de aquellos etiquetados como perdedores respecto a los valores mayoritarios: los precarios, parados, pobres, insolventes o sobrantes. Hay discursos del odio que son silenciosos y mudos, que se transmiten sin palabras. Son las barreras invisibles del sistema a los que son diferentes (barreras económicas, culturales, académicas…), que levantan fronteras entre las personas con concertinas imaginarias que hieren el corazón. Así se les dice, simbólicamente, de forma continuada que son diferentes (inferiores) y que merecen vidas diferentes (peores).

Buscamos las causas y los culpables de esta situación y no encontramos a los que lo provocan. El enemigo es cada vez más difuso. Son, cada vez menos, personas concretas, más redes financieras y de poder, corporaciones… La distancia entre opresores y oprimidos cada vez es mayor y ya no les vemos. Su triunfo es que han logrado que no percibamos en ellos la amenaza a nuestras vidas precarias, sino que esa peligrosidad la veamos en los “otros”, en los que vienen de fuera, en los que están fuera de los nuestros, de nuestra clase, de nuestra cultura, de nuestro color, de nuestro género. Así se produce el discurso de que esos otros son cualquiera que es distinto a nosotros porque piensa diferente, porque no tiene nuestro estatus social, cultural y económico y son pobres, porque tienen otro origen cultural y étnico, porque tiene otras creencias o son ateos. Por eso les sentimos como una amenaza que pone en peligro nuestra buena vida, nuestras seguridades y nuestras certezas. Hoy nos animan a que veamos a los inmigrantes como una de las grandes amenazas creando grandes mentiras sobre ellos para que los veamos como los que nos roban, nos quitan el trabajo, son delincuentes, colapsan la seguridad social y los servicios sociales, potenciales terroristas si son musulmanes…

A esos discursos del odio que se dan en nuestra sociedad, se añaden otros asentados en el sistema educativo, disfrazados en constructos que los ocultan para difundirlos mejor: “libertad de elección”, la “excelencia académica”, la “cultura del esfuerzo”, “éxito escolar”, “fracaso escolar”, “líderazgo”, “emprendimiento”, etc. El nulo cuestionamiento de estas falacias van conduciendo, primero, a la indiferencia hacia el otro, segundo, a su invisibilización, y tercero, a la legitimación de su sufrimiento. Es así como se ponen en peligro, desde muy pronto, las conquistas de derechos y de bienestar económico y social que creíamos consolidadas para todas las personas.

Este sistema educativo está basado en la selección, en la alabanza del éxito y el mérito, la clasificación y la expulsión del que fracasa y del diferente, de las personas con discapacidad o con diversidad funcional, por su diferente identidad sexual y de género… Así la escuela, de forma inconsciente, reproduce los elementos subyacentes en los discursos del odio. Levanta muros de desprecio o silencio entre los bien valorados: los buenos, los excelentes…, y los que son infravalorados y perdedores: los que fracasan, que suelen coincidir con los desfavorecidos, los inmigrantes pobres…

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