No, este breve texto no trata sobre una segunda parte de la mítica película de la saga primigenia de Star Wars, sino de nuestro mundo globalizado y nuestras realidades locales más concretas.
Dicen que los tiempos del imperialismo quedaron atrás, que son cosa del pasado, que tras el fin de la 2ª Guerra Mundial, la descolonización y, sobretodo, tras la disolución de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) en 1991 dimos paso hacia la extensión de las democracias liberales alrededor del mundo para confirmar la garantía del cumplimiento de las libertades de la población en favor del desarrollo. El fin de la historia, como lo llamó Francis Fukuyama, o el fin de las ideologías según Daniel Bell.
La profundidad y difusión de este relato alcanza hasta nuestros días, construyendo un consciente o realidad predeterminada hacia el alcance de los objetivos del poder dominante. Pero… ¿verdaderamente ha acabado el imperialismo?, ¿no existe ideología más allá de la capitalista?, ¿vivimos en un mundo donde predominan las libertades?
Escribieron Michael Hardt y Antonio Negri en su reconocido tratado Imperio, que en nuestras sociedades postmodernas nos hemos trasladado desde el Imperialismo al Imperio. Es decir, de la conquista del poder por medio de la invasión, destrucción y absorción cultural de los países sobre la soberanía de los conquistadores, al modelo del Imperio donde se establece un poder de dominio en red, abierto, donde no se destruyen las diversidades culturales pero se las introduce en el derecho internacional, el mercado global y su consumismo continuado.
Este tipo de poder, reprime, controla y difumina cualquier enemigo que se presente como alternativa, utilizando como herramientas principales la seducción y la persuasión. Lo simbólico frente a lo físico. Entiéndase bien, no se trata de obviar la maquinaria bélica y las guerras o represión física que se siguen generando, pero sí de reconocer su subordinación, como herramienta secundaria, frente a la importancia que supone construir y difundir relatos de comprensión de la realidad.
En este ‘juego’ de construcción de realidades, el papel de los movimientos sociales ha sido y es (salvo excepcionalidades) el de cuestionar los límites de lo establecido o del status quo en búsqueda de la transformación social, con diferentes objetivos. Este rol de contrapoder es fundamental en cualquier sociedad que titulemos de democrática para dar voz a los excluidos y olvidados, para ofrecer garantías de que las sociedades pueden solventar los desequilibrios existentes. Sin embargo, las estructuras de poder emplean diversos mecanismos para controlar que nada sobrepase los límites impuestos y castigar, de diversa manera, a los responsables del mismo.
Un ejemplo claro, es la criminalización que están sufriendo los movimientos sociales por parte de los medios de comunicación de masas en connivencia con las grandes empresas y las estructuras del Estado. La receta es clara, cuando un movimiento social cuestiona intereses mercantiles o de distribución del poder se le asocia a la violencia, con imágenes, reportajes, entrevistas, uso de lenguaje condenatorio y toda una estructura de desestabilización que promueva su reprobación entre la opinión pública. Este proceso va derivando lentamente hacia el poder político y, por supuesto, el legislativo, con la aprobación de leyes que repriman las nuevas modalidades de protesta. El parlamento francés, por ejemplo, viendo la popularidad que están alcanzando las protestas por los “chalecos amarillos” ha tardado bien poco en aprobar una ley para encarcelar a aquellos que oculten sus caras en manifestaciones, aceptar el registro de bolsos y vehículos donde se realicen las movilizaciones e incluso prohibir manifestaciones en diversos barrios que consideran peligrosos. El Estado español, como sabemos, tampoco se ha quedado atrás y aprobó, junto a una mayor reforma del código penal, la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana o también llamada “Ley mordaza” donde lo que antes se consideraba como delito o falta y que contaba con las garantías de un proceso penal para el acusado, ahora pasa por un proceso administrativo con menos garantías de defensa. Y además, entre otras cosas, sanciona nuevas modalidades de protesta propias de los movimientos sociales más actuales como los escraches, sentadas pacíficas (15M), parar un desahucio (PAH) o colgar pancartas de edificios (Greenpeace).
Recuerden: frente a nuevas formas de protesta e intento de transformación social, el Imperio contraataca. Pero también recuerden: frente a lo impuesto siempre cabe la rebeldía, la imaginación y la fuerza de lo colectivo. En este sentido, los movimientos sociales además de continuar con sus luchas sociales en las calles están comenzando a utilizar medios de comunicación social y sus nuevas tecnologías de la información y la comunicación para arrebatar la apropiación del lenguaje por parte del poder dominante y construir nuevos relatos, discursos y narrativas contrahegemónicas que sitúen en el centro de la opinión pública las problemáticas de desigualdad que sufren los excluidos, los nadie, como diría el gran Eduardo Galeano.
“La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar”. Eduardo Galeano
Miguel Rodríguez, activista por los Derechos Humanos.