El voto, el blanqueador de las democracias que no lo son tanto. JOSÉ LUIS LLAMAS MACHUCA

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¿A quién consideraríamos “más” demócrata entre las dos siguientes: una abstencionista activa en las elecciones, que cada vez que se vulnera un derecho fundamental de una persona se indigna por lo que ello significa, lo denuncia y protesta activamente por ello; o bien aquella votante fiel de su partido, con independencia del programa, que está dispuesta a aceptar como necesaria cualquier merma en los derechos sociales si el turnismo le justifica que los tiempos así lo exigen?

La mayor parte de las democracias occidentales que se construyeron a lo largo del siglo XX lo hicieron sobre la base de un consenso evidente, la lucha contra el fascismo y, por contraposición a lo que ello representaba, la construcción de sociedades que huyan del totalitarismo. Sin embargo, en España esta concepción democrática se tomó prestada y quedó desdibujada por el proceso de transición, en el que si bien se incorporaron los elementos formales de una democracia, se dejó de lado la parte fundamental que representa la interiorización de los valores democráticos en los ciudadanos, opuestos al totalitarismo que se impuso desgraciadamente en este país durante tantos años de dictadura, y su implementación en el ordenamiento jurídico, en cada una de las normas y miembros que lo componen.

El resultado de esta disfunción en el proceso de construcción democrática de nuestro país es muy palpable en las cuestiones relativas a la represión. ¿Cómo puede haber tantísimas personas que ni se inmuten cuando se les hable de torturas toleradas en nuestro país? La mayor parte de las veces que tratemos este tema con alguien nos encontraremos 2 posturas: o bien negar que esto exista en nuestro país (“…imposible, aquí eso no ocurre porque España es una democracia, esta misma semana hemos ejercido nuestro derecho al voto…”); o directamente apoyar que ello ocurra (“…si a Miguel Carcaño lo cogiera la Guardia Civil…”). La falta de madurez democrática de la que adolece nuestra sociedad hace que se ningunee la importancia de la pregunta de “quién controla a quien nos controla”.

Otro ejemplo del desfase democrático existente es la concepción de los derechos fundamentales de expresión, pensamiento y manifestación. En nuestro país, por desgracia, cada vez se encuentran más justificaciones de cualquier tipo para limitar estos derechos, y en este momento histórico en el que nos encontramos resulta procedente hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto puede una persona llamarse demócrata si entiende que una cuestión como la unidad territorial puede elevarse a categoría de prioridad absoluta dentro de una sociedad, hasta el extremo de que si ello entra en conflicto con elementos definitorios de la democracia, los derechos fundamentales, estos se vean mermados en beneficio de dicha unidad? La respuesta a esa pregunta nos define como democracia.

Por ello mismo, en este período electoral, y sin desmerecer un ápice el voto, derecho fundamental e inalienable, resulta necesario hacer este llamamiento, esta denuncia, por la cual, si no acompañamos a nuestro voto de un espíritu crítico, con independencia del color de poder de turno, una actitud vigilante con aquellos a los que le cedemos parte de nuestra libertad, de nuestra soberanía personal, no solo nos estamos perdiendo más de la mitad de la democracia…sino que estamos contribuyendo con nuestra actitud a blanquear algo a lo que llaman democracia y no lo es tanto…

José Luis Llamas Machuca, abogado y militante de APDHA.