Al final de aquella mani de abril del 92 disuelta a tiros, con 3 heridxs de bala, fui detenido junto a 40 más. El juez Centeno Campoy , tras escuchar con soberbio desdén mi relato sobre las palizas y vejaciones sufridas en grupo durante horas, decretó la orden de mi ingreso en prisión sin fianza junto a las de otros que ya estaban firmadas sobre la mesa. Atentado, desordenes, lesiones, daños…..su relato. Ninguna sorpresa pues el médico que solicité en comisaría, error, para que me examinara ya le dijo al madero que “le jodía trabajar un domingo por culpa de escoria como yo”. Me sacaron del juzgado pal furgón aterrorizado, pero sabiéndome por encima de toda esa miseria.
Al entrar en prisión recuerdo el miedo que daban los carceleros pues nos hablaban y miraban como los policías, si bien los golpes cesaron no pararon de amenazarnos e intentar humillarnos hasta que pisamos la calle en mayo. Desde el principio fui consciente de que éramos unos privilegiados en comparación al resto de presos y fue más por la gente que conocí que por el tiempo “escaso” que estuvimos. De hecho entramos pensando en pasar quizá unos años, pintaba mal.
La primera mañana, en la vieja cárcel frente a Los Pajaritos, un GRAPO al que bajaban solo al patio solo una hora me dio a través de los barrotes una revista “Hola”, lo único que podía ofrecerme, para que me entretuviera con algo. Leer cualquier cosa. Me dio ánimos, se alegró de que hubiera “lucha en la calle” y no preguntó detalles sobre lo acontecido, advirtiéndome sobre cuanto chivato había. Cumplía larga condena y no supe más de él.
A los dos días me trasladaron a Sevilla 2, actualmente Sevilla 1, por aquel entonces a la vanguardia del aislamiento y exterminio bajo el FIES, aunque de eso yo no tenía ni idea. En el traslado y al llegar el resto de presos sí que me hicieron muchas preguntas, tampoco muy comprometidas, pues querían saber de aquellos chavales que según toda la prensa “habían emboscado y apalizado a la policía con hachas y bates de beisbol”. Era época de motines brutalmente reprimidos y las cárceles estaban calientes así que me daban palmadas, ofrecían tabaco y enseñaban sus tatus del Che. Lo desmentí pero poquito, allí dentro fantasear con lo de fuera es lo normal para evadirse.
Algún atracador, pero en la mayoría los pequeños robos y trapicheos, el enganche a todo…el canibalismo entre pobres era su perfil, y sin embargo se palpaba solidaridad. Más que de una larga condena hablaban de salidas y entradas desde hacía años y cada vez más duraderas. En el caso de muchos, quizás la mayoría, seguirían así el resto de su vida. Era gente que generalmente estaba muy sola, sus madres y quizás sus compañeras eran las únicas que los apoyaban, a veces ni eso. Con ellos sí que se cebaba la desesperación, la violencia sorda y constante que se respira en la cárcel. La venganza inútil y cruel de un sistema que decide esconder los problemas machacando a las personas y ahondando la brecha social. Ya te digo, unos privilegiados.
Pablo Ronda.
Solo al notar el parpadeo
del ojo del funcionario en la mirilla
me doy cuenta de que estoy vivo.
Joseba Sarrionandia “Sarri”