Los derechos se conquistan y se defienden.
Dos de los mayores avances en la historia de la humanidad han sido la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano durante la Revolución Francesa y posteriormente La Declaración Universal de los Derechos Humanos después de la Segunda Guerra Mundial, ambos hechos tuvieron ocasión tras acontecimientos trascendentales para la humanidad. Tal vez, la gravedad de esos sucesos sirvieron de acicate para la aprobación de tan importantes documentos.
Actualmente no cabe duda del carácter de progreso, de avance y de extensión de derechos que ambas declaraciones otorgaron al ser humano. Sin embargo, la firma y aprobación por parte de numerosos países de la Declaración Universal de los Derechos Humanos no significa que la implantación de esos derechos estén asimilados, es más, en muchos lugares, hoy, están más en peligro que nunca y nuestro país es un ejemplo de ello.
Soy docente de Geografía – Historia, esta perspectiva y experiencia me ayuda a comprender la importancia de estos mensajes actualmente, especialmente, para las generaciones más jóvenes.
¿Cómo hacer ver en nuestro mundo de hoy la importancia de la libertad de expresión, de pensamiento, de la necesidad de la participación como camino fundamental para la construcción de una sociedad más justa y solidaria cuando estamos acostumbrados a la pasividad y a la desmovilización?
¿Cómo activar la movilización social cuándo tenemos a nuestro alcance grandes cantidades de productos de consumo, diversos y diseñados para acomodar conciencias, dormir reflexiones y camuflar análisis?
¿Cómo hacer valer la empatía y la solidaridad cuando la comprensión ante situaciones complejas se zanja con la descalificación, con la manipulación de la información y con campañas cada vez más feroces, más deshumanizadas?
¿Cómo evitar mirar para otro lado ante tanta campaña de bombardeo mediático que expande confusión, odio y ceguera y que atentan contra la dignidad humana?
Paulatinamente se nos ha ido colando en el sustrato social una carencia que ha ido fagocitando nuestro sentido crítico.
No hay mejor manera de reivindicar el recorte de libertades y derechos que con sentido crítico, no hay mejor forma de frenar la represión que con sentido crítico, no hay mejor vía para la movilización social que el sentido crítico.
El adormecimiento del sentido crítico, especialmente en las generaciones jóvenes, así como la absorción de altas dosis de consumo descontrolado es la mejor forma de tener ciudadanos dóciles, sumisos, dependientes y fácilmente manipulables. Mucho está en juego
Nunca antes ni en tan diversas formas, maneras y formatos se nos ha ido inoculando el miedo en sus distintas variantes y fórmulas.
Miedo al otro por ser diferente para excluirlo, miedo al futuro por desconocido, miedo a la vida por las mil y una posibles enfermedades y dolores, miedo a la pérdida del trabajo, miedo a pensar la construcción de soluciones complejas.
De esos miedos surgen la simplificación de los análisis, la banalización de las respuestas cada vez más agresivas y simplistas, la manipulación torticera de datos y fuentes. Y como solución y bálsamo, el autoritarismo disfrazado de fórmula y solución certera y segura, tan irracional como monolítico.
Con el miedo desaparece el sentido crítico, disfrazado de necesaria pérdida de valores y libertades en aras de la seguridad, con el miedo desaparece la fuerza de la razón por la razón de la fuerza
El sentido crítico es uno de los instrumentos más eficaces y racionales que tenemos a nuestro alcance para trabajar por una sociedad más justa, participativa, solidaria, comprensiva, amable y compasiva. Consciente y defensora de nuestros derechos, aquellos que desde la Declaración de los Derechos Humanos en 1948, hoy se hacen cada vez más patentes, urgentes y vitales. Nada tan importante como esta reivindicación del sentido crítico en nuestras sociedades y en nuestras vidas, nada tan necesario como esta titánica tarea.
En una entrevista en la universidad a Eduardo Galeano le preguntaron, ¿Para qué sirve la utopía? Y respondió con las siguientes palabras: “La utopía está en el horizonte. Yo sé que nunca la alcanzaré. Yo me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se aleja diez pasos más. Cuanto más la busque, menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me acerco. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.
Trabajar hoy por mejorar el sentido crítico en nuestra sociedad es el mejor antídoto para acabar con la represión y el recorte de derechos y libertades, para impulsar la necesidad de la movilización social, para formar conciencias cívicas y concienciar sobre la importancia trascendental de la fuerza que tiene la participación y la libertad de expresión de cada ser humano, para exigir estos derechos que desde la Revolución Francesa y la Segunda Guerra Mundial son hoy más necesarios que nunca.
Los derechos se conquistan y se defienden. Éste es el valor de la utopía hoy.
Gracias por animar e impulsar campañas como ésta.
Francisco Javier Ruiz González. Docente.