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El relato es nuestro

Vanessa Perondi es periodista

En un momento histórico preocupante en la vieja Europa y en nuestro país, recordar que lo justo no es utopía sino norma fundamental es un deber más necesario que nunca. Se cumplen 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el panorama es desolador. No hay ni uno de sus treinta artículos cuyo cumplimiento esté garantizado completamente en ninguna parte del mundo y la violación de los derechos humanos es sistemática en determinadas zonas del planeta o se revisten de normalidad en otras. La deriva hacia la extrema derecha y su comunión con la xenofobia, la homofobia o el machismo de nuestro entorno más cercano, ponen los pelos de punta y alertan de que la consecución de la libertad, la justicia y la paz tenemos que ‘pelearla’ todos los días. Y en este campo de batalla, la información es fundamental. Es un derecho fundamental que la propia Declaración Universal de Derechos Humanos consagra en su artículo 19 y que cualquier sociedad moderna contempla en su capítulo de derechos inviolables de sus cartas constitucionales. Pero la sociedad de la información y la globalización ponen en evidencia el ejercicio de este derecho y construyen una visión del mundo uniforme, hegemónica y capitalista.

Como bien decía el sociólogo Manuel Castells, “el capitalismo informacional, a la vez que genera oportunidades de desarrollo, crea unos agujeros negros de pobreza en los que se ven sumidas regiones enteras del planeta”. De este modo, el mapa mundial está muy alejado de las representaciones especulares que crean los medios. Nuestro mundo no es un lugar de abundancia con pequeñas islas de pobreza, guerras y catástrofes naturales. Al contrario, vivimos en un mundo de pobreza y desigualdad en el que existen pequeñas islas de riqueza y bienestar, tal como asegura el profesor de Teoría de la Comunicación, Víctor Manuel Marí Sáez.

En su obra ‘Comunicar para transformar, transformar para comunicar. Tecnologías de la Información desde una perspectiva de cambio social’, Marí insiste en que “el desequilibrio económico se extiende al espacio de los medios de comunicación y las telecomunicaciones. En la globalización, la información y la comunicación – y en un sentido más amplio, la cultura- es considerada como una mercancía más, sometida a la lógica del mercado y del intercambio en busca de la rentabilidad económica”. De esta manera, los desequilibrios no sólo son socioeconómicos, también informacionales y como un círculo vicioso, la falta de representación de esas ‘otras realidades’ provocan su aislamiento, su rechazo del resto de la sociedad ‘informada’ y la perpetuidad de su situación de exclusión, pobreza y debilidad frente a la cosmovisión imperante.

Coincidiendo con Marí “…Una consecuencia inmediata de esta hiperconcentración multimedia es la uniformidad de los contenidos difundidos y de la visión del mundo que éstos proyectan. Estos grupos mediáticos informan y entretienen a audiencias mundiales desde la visión del mundo del varón-blanco-de clase media. Como regla general, ni los países del Sur, ni los sectores populares ni las poblaciones indígenas son quienes hablan de su realidad desde sus referentes socioculturales cuando acceden a los medios de comunicación masivos”.

Es por ello que en este mundo hiperconectado, sobreinformado, intoxicado, el control del relato sigue siendo fundamental para el control de las masas y para el establecimiento de un sistema, el capitalista, que no tiene –ni dejan- alternativa. Ya en el año 1997, Herman y McChesney advertían en su obra ‘Los medios globales: los nuevos misioneros del capitalismo corporativo’ de los efectos negativos de la globalización de los medios: imposición de un modelo comercial de los medios, que mediante la publicidad refuerza la tendencia al consumo como finalidad primaria de la vida, y el individualismo y la libertad individual para escoger como la condición social fundamental; la eliminación de lo público por parte del entretenimiento. Tienden a desaparecer de las horas de mayor audiencia las noticias difíciles de ser presentadas con mayor profundidad, los análisis de los asuntos públicos, los debates y documentales; el predominio de las fuerzas políticas conservadoras, estrechamente vinculada a los anunciantes y a la comunidad corporativa y, la erosión de las culturas locales por parte de los medios globales. ¿Nos suena demasiado verdad?

Los resultados son incuestionables en estos momentos pero ha sido una estrategia de décadas, una “revolución silenciosa”, como dice Marí, que se traduce en una regla inversamente proporcional: a mayor poder los medios, de los grupos de comunicación, menor poder de la democracia y de decisión de la población. “El hecho de que, en la actualidad, un grupo reducido de empresas de comunicación domine a escala mundial el mercado de las telecomunicaciones, tiene como consecuencia inmediata la reducción de la pluralidad ideológica y la disminución de la capacidad de participación de la ciudadanía en la gestión de lo público”.

Pero antes incluso de que se confirmara esta realidad, con la globalización de los medios y la imposición de facto de un pensamiento único y de un modo de vida, en Latinoamérica a partir de los años 60, se plantean nuevas corrientes de pensamiento que van a permitir estudiar la comunicación desde otra perspectiva. Se trata de la perspectiva pedagógica, con el brasileño Paulo Freire a la cabeza como guía y exponente del cambio social, que tiene un correlato en la comunicación con el argentino  Mario Kaplún y el paraguayo Juan Díaz Bordenave, entre otros.

Siguiendo la terminología de Freire, de la educación liberadora, los pensadores lationamericanos llegan a un modelo de comunicación que tiene que basarse en el diálogo y en la participación. Ahí es donde se da la verdadera comunicación. Todo lo demás es difusión. Así, colocando la participación en el centro de la comunicación, se entiende que los medios de comunicación pueden convertirse en un instrumento para transformar la sociedad.

Este modelo horizontal de comunicación se hace presente también en el Declaración Universal de Derechos Humanos con el reconocimiento de los principios de acceso, diálogo y participación que entroncan con este modelo. Y cristalizan en un documento que para los que amamos la libertad de información y creemos firmemente en la función social de los medios de comunicación y su capacidad transformadora, es una joya: ‘El Informe McBride: Un solo mundo. Voces múltiples’. Un informe encargado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) a una comisión de expertos, entre los que se encontraba Gabriel García Márquez, y que estuvo presidida por el irlandés Sean MacBride, cofundador de Amnistía Internacional, premio Nobel de la Paz y su equivalente soviético, Premio Lenin.

El objetivo principal de este informe era el de conseguir un Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comunicación (NOMIC) más justo y más eficiente entendiendo que “las estrategias de desarrollo deben incluir las políticas de comunicación como parte integral de la escala de necesidades y del diseño y la ejecución de prioridades seleccionadas. En este sentido, la comunicación deberá considerarse como un importante recurso del desarrollo, un vehículo para asegurar la participación política real en la toma de decisiones, una base de información central para la definición de las opciones políticas y un instrumento para la creación de una conciencia de las necesidades nacionales”. Un informe que, como explica el catedrático catalán Miquel De Moragas, “describió la comunicación en el mundo y constató sus desequilibrios, haciendo emerger los vínculos entre los problemas de la comunicación y las estructuras socioeconómicas y culturales, lo que otorgaba un carácter político a la comunicación. Incorporaba recomendaciones de carácter ético y del derecho democrático a la comunicación y reconocía los derechos inherentes a la información: participación en la producción (y no sólo en el consumo) de los flujos informativos; garantizar la diversidad de voces restringiendo los monopolios; además de defender los derechos de los informadores y la libertad de prensa o el apoyo al desarrollo de las infraestructuras necesarias para el desarrollo de la comunicación en el mundo, etc”.

Recordar estos principios en el 70 aniversario de la Declaración, tras las últimas elecciones en mi tierra donde ha irrumpido la extrema derecha convirtiendo en aceptables postulados de la derecha que atentan, por ejemplo, contra el más elemental derecho humano como es transitar por el mundo, me parece imprescindible y una obligación. Quieren que pensemos que es una utopía pero vamos a hacerlo realidad. Y así, vamos a contarlo porque el relato es nuestro.

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